sábado, 6 de noviembre de 2010

El Aleteo De La Mariposa

       “Ahora os voy a mostrar cómo ésta oruga en la cumbre de su desarrollo se protege en el esqueleto de su crisálida, y en su interior ocurren todos los cambios metabólicos y morfológicos que comprenden la metamorfosis, para que luego podáis conocer a la bella mariposa con sus diferentes colores al salir a la vida”.

       La escasa luz de un bombillo incandescente de una lámpara Lounge choca con su cuerpo para dibujarla desde lejos, recostada al mesón de la cocina con la ventana de fondo y el día por aparecer. Ella es Romina Hendlin. Se entretiene a primeras horas de la madrugada cambiando los canales de televisión y logra distraerse con las imágenes de programas educativos. Sus ojos se reflejan en la superficie del café oscuro que humea en la taza, su mirada se mezcla con el azúcar y sus pupilas se sumergen en el color del líquido.

       “En el próximo programa seguiremos hablando de mariposas, pero esta vez del efecto mariposa que nada tiene que ver con su par de alas. Me despido por ahora de éste tu programa: Ciencia Contigo” ―continúa diciendo la transmisión, mientras Romina deja la taza vacía dentro del fregadero, se dirige al mesón, apaga el televisor, recoge la maleta y abre la puerta de su apartamento, abriéndose camino por las cajas a medio cerrar llenas de libros y discos que Samuel dejó en su partida; ella cree que solamente está a punto de salir a una gira que la llevará a recorrer Venezuela con el grupo del taller de fotografía de Roberto Mata. En realidad su destino también es desconocido hasta para ella misma, cierra la puerta y quiere comenzar el resto de su vida después de cuatro años de matrimonio.

       Caracas, Valencia, Punto Fijo, Barquisimeto. Al llegar al pueblo de Cubiro, suben a las montañas y allí Romina siente curiosidad por un jardín repleto de mariposas que revolotean sin dejarse atrapar sobre las lilas. Se acerca unos minutos a mirarlas de cerca, intercambiando su mirada entre las flores que comparten su néctar pletóricas y el grupo de fotógrafos que se refresca con el agua de las cavas sobre los techos de los rústicos, y entre todos ellos, se entretiene mirando a Xavier. Quien le devuelve el guiño de ojo y se acerca hacia ella a paso rápido:

― ¡Romina! mira ésta foto que he tomado al cielo justo antes de llover― dice él, interrumpiendo su ensueño.

      Ya de cerca, él se sonríe y se entretiene en el cabello de ella, suelto, revuelto por el viento. Ella observa como la fría brisa de la tarde aletea su chaqueta y justo antes de que pudiera ver la cámara él la sorprende con una foto. Ella abre los ojos hasta asegurarse de mirarlo completamente, y sonríe cabizbaja, como si pudiera disimular el agrado.

― ¡Mira qué guapa has salido! ―continúa él y le pasa la cámara, mientras bebe un sorbo de su bebida desde la botella. Sus manos se rozan, las nubes cargadas de agua se revientan, caen los zarpazos de agua que los envuelven y, antes de que los sorprenda el destello entre sus miradas, deben correr para protegerse de la lluvia bajo techo.

    Romina y Xavier se guarecen bajos los techos de teja en el portal de una hacienda, la complicidad los acompaña hasta la risa cuando, al revisar las fotos que han tomado hasta el momento, se dan cuenta de que ambos coincidieron en las mismas mariposas. “Tengo frío”, dice ella, y saca su mano bajo la manga de su chaqueta y toma la de él entre las suyas. Xavier la sujeta y se inclina sobre su cuello para encontrarse con su perfume. Allí teniéndolo tan cerca, ella le acaricia la frente con su dedo índice, su mano se escurre sobre su mejilla, acariciándola suavemente con el dorso.

       Ella tocó su puerta y consiguió entrar, el impulso la lleva a descubrir una nueva sensación en su pecho, no tiene etiqueta aún, pero siente como si tuviera dentro una semilla de vida que germina hasta sonrojarla. No se frena. Lo abraza fuerte. Él acepta la caricia y también la toma entre sus brazos.

   Si esta historia fuera una foto, la abertura del lente se enfocaría en ellos. Si este sentimiento tuviera un sabor, ella lo describiría como dulce. Si esta sensación tuviera un aroma, Xavier se dejaría inundar por el de ella. Si esto fuera una película seguirían abrazados, con el solo de la orquesta de fondo, justo hasta cuando se detiene por un segundo e inmediatamente despega la sección de cuerdas en un incremento que no tiene final. Click.

  Barinas. Apure. Puerto Ayacucho. Ciudad Bolívar. El final del viaje los encuentra con las manos entrelazadas y los pies sobre el asfalto. Ya en Caracas ambos se disponen a regresar a sus casas. Los recuerdos quedan revoloteando en sus memorias como las mariposas que van de flor en flor, endulzándose con su néctar, y permanecen como cuando una mariposa decide posarse sobre una hoja y allí mismo le toman la foto. La mariposa es de color rosada en la foto de él, y de color naranja en la de ella.

   El primer día de nuevo en la ciudad Romina emprende su paseo mañanero al Ávila. No ha dejado de pensar en Xavier. Ella va subiendo por la Avenida Luis Roche, acelerando el paso del jogging y toma su celular con la esperanza de conseguirlo. No será necesario llamarlo porque él ya se descubre del otro lado de la acera. Quiere acercarse, pero ya no es de noche ni están de viaje. Esta vez la distancia entre ellos es mayor que la calle que se abre entre los dos. Xavier tiene a su lado a una mujer ‒su esposa‒ y la cámara ahora hace zoom en los anillos que reposan en las manos de ésta pareja.

¿Quién se ocuparía de pensar en esos detalles cuando tenían un país por recorrer y la libertad por compañía?...

   Ninguno se detiene, siguen caminando, y cada quien, desde su acera, sólo levanta la cabeza para mirarse desde lejos, entre la mirada de Xavier y la de Romina el tiempo se curva y es suficiente para la despedida.

    Bum, bum, bum, bum. Romina deja de caminar. Siente que su pecho responde a la emoción del momento. Lo siente, late, y lo hace con fuerza, ya no hay sombras ni sabores amargos. La sangre sale desde allí desde el centro con suficiente fuerza para recorrerle todo el cuerpo, es bombeada con la intensidad con que se suceden las imágenes de los momentos compartidos; con cada bombeo aumenta de tamaño, con cada hilo de sangre que se desprende cae un trozo de hielo, la fría escarcha se disuelve con lo cálido del rojo y se mezclan hasta que se funde completamente la capa gélida que lo envolvía.

   Este es el momento en el cual el sol aparece brillando entre los árboles a los lados del camino que ha trazado, la montaña se tiñe de verde para recuperar su tono, las hojas se agitan con el viento, cambia el semáforo del rojo al verde, el tráfico avanza y ella una mariposa naranja pasa sobre su cabeza, aletea y va dejando líneas, círculos que se deforman y se convierten en óvalos para describir su trayectoria a la montaña sobre el aire. Romina coloca la mano sobre su pecho y descubre que su corazón entra en un ritmo nuevo para sintonizar con la frecuencia de la vida alrededor. Ella está allí, es ahora, está envuelta en el presente y sonríe cuando se da cuenta de que es capaz de sentirlo nuevamente.