martes, 26 de junio de 2012

Sin Título (No me gustan las despedidas)



Tic, tic, tic sonaban las gotas de lluvia cayendo imponentes sobre los techos de los carros estacionados afuera. La ventana y la puerta entrecerradas dejaban pasar una brisita que me helaba los pies. Miraba hacía la puerta y se llenaron mis ojos de lágrimas, derramándose por la misma ley física que la lluvia cae, sólo que con diferente motivo.

Sentada frente a la mesa, con los pies descalzos entrelazados sin alcanzar el suelo, inspeccionaba cada rincón del cuarto donde me encontraba. Tengo frío me dije a mi misma (es decir, lo pensé). Continuaba esperando a que se abriera la puerta...

En mi mente el piano se dejaba escuchar con unas cuantas notas desprendidas de las teclas:

Cada día alguien me habla de ti
intentando sacar el dolor de mi alma


― ¿Mamá... eres tú?― pronuncié entrecortada. Atreviéndome a romper un momento el silencio con mi voz. 
La música va in crescendo...  

Cada día alguien me habla de ti
intentando explicarme que ya no volverás


  Al fondo del salón un sofá naranja de cuero frente a un televisor apagado. La penumbra dibujaba a ratos los objetos entre el vaivén de la llama de una lámpara que servía de fuente de luz. Mi estómago era azotado por punzadas que hincaban fuerte, con la intensidad de la penumbra.― ¿Estás allí?― continúe preguntando.

El silencio continuó sin responder.

Abro el cuaderno para refugiarme en el único lugar que no es ajeno para mí en esa casa. Me recuesto sobre el espaldar de la silla, desde allí veo el closet, trajes, vestidos guindados, las sandalias sin estrenar en sus cajas, una mesita de noche con el libro de Vargas Llosa sobre ella (el que nunca terminó de leer), la cama sin hacer; y cierro los ojos para continuar escuchando la melodía...

Pero de noche cuando ya no hay luz
cuando todos se van
tú caminas despacio
entre mis sueños estás
no eres sólo un recuerdo
yo te siento tan cerca que pareces real...


¡Zuas!― se cerró la puerta de golpe. La lluvia arreció y sonaban truenos que esparcían relámpagos en la oscuridad de la noche. La llama iba y venía, ahora haciéndose cada vez más débil. Logro empuñar el lápiz, aunque me siento sobre un suelo de gelatina que se hunde, garabateo ‒a tientas‒ en la hoja: 'No me gustan las despedidas'.

y después te vas...

Cerré los ojos para esperar otro portazo. ― ¿Me escuchas?― repetí hasta quedarme sin voz. Afuera continuaba relampagueando, la lluvia incesante caía y mis nauseas aumentaban, engarrotaba los dedos de los pies con la excusa del frío, hundiendo mi cabeza entre mis brazos como si pudiera escabullirme de la soledad.

cuando yo despierte tú ausencia vendrá...

Abro los ojos y el músico dio el último golpe sobre la tecla del piano, la cantante agachó la cabeza y unió las manos en señal de agradecimiento, el público aplaudió... yo tenía los ojos llenos de lágrimas, que se desbordaron sobre mis mejillas y también me levanté a aplaudir.

Y la llama de la vela finalmente se extinguió…


Mariana

«Esta entrada contiene letra de la canción 'Cada día' de Idan Raichel»

domingo, 4 de marzo de 2012

Propósitos de año nuevo

Cualquier época es buena cuando hay ganas de hacer cambios. Qué sensación aquella que da el tener un año más al alcance; se cambió el reloj de un año al otro, y yo siento que me muevo con el paso del calendario. No sólo proponerme aprender a cocinar sushi, hacer una caminata de al menos una hora todos los días, porque es bueno para el corazón, tiene tantos beneficios etc, dejar de comer postre o cambiar la decoración, mudarme o emprender un viaje...

Este primer día del año tuve la oportunidad de despertarme temprano, me preparé un café y lo bebí en el patio, frente al despliegue de la Gran Sabana, ante esa lona extendida de lomas y valles, entre los cruces de verdes claros y oscuros, miraba un Tepuy junto a otro de fondo a semejante espectáculo natural; la brisa de la mañana me refresca, para luego volverme a dormir y pasar de las doce. El primero de enero llegó, comienzo del nuevo año, nunca otro día reunió tanto descanso y tanto por hacer junto, los platos a medio recoger en el fregador, y tantas copas vacías, reposando luego del brindis, junto a los planes y las esperanzas para la próxima semana, el siguiente mes, el primer trimestre, el resto del año.

Hoy han pasado dos meses desde que escribí esas líneas... 

Cuando la esperanza se vistió de realidad, en ese momento el optimismo saco a relucir su mejor traje, en qué momento todo aquello que soñaba comenzó a mezclarse con lo que vivía; comprendí, engullendo un poco de la ensalada de la noche anterior con un poco de pan, que simple puede ser la vida, y nos empeñamos a veces en hacerla tan complicada; ¿en esa misma simpleza puede radicar el secreto de la felicidad? la mirada de quien ama, desborda felicidad y alcanza a salpicar todo lo que toca, no del que dice te amo al oído del amante, no sólo ese… el amor que ocupa cada segundo, cada acto, cada ser de este mundo con quien me encuentro, (mucho mejor si ese amor es compartido J) pero puede llegar a ser tan simple como revisar las cosas que importan en la vida y darles la prioridad, ponerlas de primero en la lista, reencontrarnos con lo que nos produce verdadero placer en el corazón… y hacerlo! Aunque no nos paguen por eso, ni forme parte del trabajo, yo creo que así se ajusta un poco el foco a la vida, y desde que comienza marzo 2012, que bueno recordarlo.

Quiero vivir En Un Mundo Mejor

Tuve la oportunidad de ver la película En Un Mundo Mejor, civilization (Hævnen, Dinamarca, 2010) dirigida por Susanne Bier.

La mejor película que he visto en los últimos dos años (ojo y soy fanática); tantos detalles, tanto que ver, excelente guión, de la mano de un buen elenco, con buenas actuaciones, dirección y fotografía; Paisajes maravillosos sin lugares comunes, original, estupendamente única... y bella; como vivimos en un mundo donde los grandes medios controlan buena parte de la difusión de cintas comerciales, quieren que sean rentables para las organizaciones involucradas, éste es un film que no tiene los patrocinadores de Crepúsculo, Harry Potter, etc y en mi humilde opinión bien vale la pena comentarlo, así que está es mi contribución a su publicidad.

... La palabra crea pero también destruye, fueron tantas las interrogantes que afloraron al terminar de verla, que quise escribirlo... Me parece una oda al amor y una invitación al perdón, todos cometemos errores que tardan en sanar, pero si no lo hacen están allanando el camino para que el resto de nuestra vida sea un pasaje lleno arrepentimientos y venganza.

 Acaso... cada vez que mentimos o engañamos, ¿no estamos violentando el respeto que debemos a nuestra pareja? Cuando nos enojamos, y no controlamos lo que decimos, ¿nos damos cuenta de que podemos afectar a otro inocente con nuestra ira? ¿estamos cerca de conocer lo que pasa en las escuelas donde van nuestros hijos? ¿el que hiere acaso no tiene más dolor por dentro que nosotros mismos? ¿tenemos conciencia del poder de la palabra al utilizarla?... El lenguaje es un don de la humanidad, es el conjunto de símbolos que nos vincula con los otros, que desolada sería nuestra vida sin comunicarnos, sin el poder de hablar con otra persona al comprar algo, hacer una diligencia, pedir un con leche y echar un cuento...

No soy de los científicos-políticos-todo-poderosos-predictors que hablan de la tercera guerra mundial como un evento tan inevitable que parece el lunes después del domingo, mucho menos de que si será biológica, o peor aún, nuclear! antes de todo yo no quiero una tercera guerra mundial ¿y tú? y esa decisión está en manos de las autoridades del mundo, de los oficiales al mando de un ejercito, del soldado que no se niega, o en nuestras propias manos...

A veces sueño con un mundo donde la gente supiera de las probabilidades que tuvieron que vencer, en primer lugar, una molécula de hidrógeno, para que se acercara a otra de metano, y coincidiera con otra de amoniaco, y luego de miles de años y de una fabulosa cantidad de energía que tuvo que acumularse en el mismo punto que ocupaba la materia primera... tuvo lugar el nacimiento de los aminoácidos, esos primeros compuestos precursores de toda forma de vida, para luego, de una todavía más afortunada serie de acontecimientos en el micro y en el macromundo, estar aquí quemando oxígeno con cada respiración... a veces quisiera que el mundo tomara conciencia de ese conocimiento que si no asombra...conmueve, a veces quisiera tener un poder, el poder de hablar en una voz tan alta que fuera posible llegar a los corazones más corrugados, a veces quisiera compartir el don de poder hablar del origen de la vida más a menudo, que no es sino otra manera de decir que, después de todo... somos afortunados, somos más que el resultado de la batalla que sólo logró vencer un espermatozoide, en un ambiente hostil, ese que pudo fecundar un óvulo, y luego, de todo lo que pudo no ocurrir, los eventos se sucedieron en un maravilloso milagro llamado... vida.

A veces sueño...
Como decía Gandhi, "Debemos comenzar a hacer el cambio que queremos ver afuera en nosotros mismos?

Saludos a todos... ¡Me voy al cine!

Mariana

sábado, 21 de enero de 2012

El Poder (de) Decir Adiós


I

─ Bueno…, supongo que hasta aquí… ─ dijo él ― que este es… ― corrigió.

─Adiós─ le dije yo interrumpiéndolo. Quise que no llegara el momento y tomarlo en mis brazos para no dejarlo ir, pero cuando estuve frente a él, quise que se acabará y, a su vez, que no acabará nunca, quise explicarle todas las razones que tenía para no quererlo, quería alejarlo, y también  decirle te quiero, y sólo alcance a concluir: que te vaya bien.

Y al pronunciar estas palabras, bajé la cabeza, y mi mirada resbaló por el piso, hasta perderse en la noche oscura que entraba por la ventana. El reloj marcó las doce, y afuera, todos celebraban la llegada del nuevo año con vítores y fuegos artificiales. Luego, él tomo mi mejilla, la acercó a su cara, me dio un beso en la frente, y comenzó a caminar dándome la espalda.



    Viéndolo partir sentí el impulso de comenzar a caminar para seguirlo, alcé mi brazo con la esperanza de conseguirme con su rostro, con su cuerpo, pero no encontré ni siquiera su hombro para sujetarlo, y ya sus ojos no los tenía frente a mí para mirarme, en su lugar, pude exhalar un hondo suspiro, para disfrutar de este final con olor a él, y ver alejarse el rastro de su perfume desvaneciéndose en el aire. Esta vez, supe que el caminar hacia atrás sólo me llevaría de vuelta a mi vida, a la que daba por sentada, a un salón con otras personas, divirtiéndose en una fiesta, hablando, comiendo, tomando, aunque yo me sintiera al borde de un abismo, en lo más alto de una montaña desconocida, azotada por los fuertes vientos fríos de la soledad, donde todos los pasos que pudiera dar para regresarme desde lo alto serían difíciles, porque ya no me refugiaría en sus brazos para terminar en un beso, y porque ahora, hacía adelante, el camino luce amenazantemente nuevo.


II

       Desde que tengo uso de razón tuve afición a los cuadernos y a los lápices; coleccionaba todo tipo de marcadores, libretas, blocks, y demás herramientas para… escribir. No era un pasatiempo infantil, antes no lo comprendía, era el llamado a expresarme por medio de la escritura, un llamado tan fuerte como cualquier impulso, manifestado en forma de deseo para satisfacer mi necesidad. Aún es indescriptible la sensación de detenerme frente a una página en blanco, ese placer, esa felicidad que me produce el poder hacerlo, el gusto que me da pensar y escribir para llenar un espacio, antes vacío, con una estructura llena de frases escritas que provienen de mí, desde lo más profundo de mi ser, desde algún paisaje en mi interior donde lo que pienso se mezcla con mis sentimientos, y da como resultado una historia en forma de párrafo, con la única finalidad de hacerlo y... leerlo.

Por más extraña que pudiera parecer en mi familia aún mis primos me recuerdan la versión pequeña de mi misma yo era así, una niña con un pequeño morral de un bello color azul cielo, que tenía un bolsillo exterior con un osito amarillo de brazos abiertos, lleno de cuadernos y marcadores; pintaba y escribía donde quiera que llegaba, y un afortunado diciembre (tenía siete años), todas las fuerzas del universo conspiraron para hacerme muy feliz. Por alguna razón esa navidad recibí todo tipo de artículos para escribir: libretas, blocks de notas, cuadernos grandes, pequeños, empastados, de espiral y muchas libretas muy pequeñas, además de cajas de colores, marcadores, lápices, bolígrafos, etc, y así completar el conjunto de accesorios para mi satisfacción personal. Ya no más regalos de medias, blusas y mallas de lycra que yo no quería, no más regalos de ropa. Ante mis ojos ese año mi familia pareció aceptarme tal cual era y darme sólo, al fin, regalos que me gustaran. Yo estaba embriagada del gusto entre tantas líneas, tantas hojas en blanco, tantos nuevos diseños, tantas páginas que se me aparecían como tantas posibilidades a mi alcance y, como si todo el éxtasis del cual ya disfrutaba no fuera suficiente, la guinda del pastel fue uno de los regalos que siempre recordaré: una bolso en forma de muñeco cilíndrico, color amarillo fosforescente, con la cabeza en la tapa del cilindro de donde guindaba el asa, y un par de ojos bien grandes en la superficie de lo que sería el rostro, con una gran sonrisa esperando: mírame (soy tuyo), y por supuesto sus pies guindando de la tapa inferior, con diseño de franjas blancas y negras horizontales, y sus respectivos zapatos de plástico tipo converse. En una palabra: fantástico.

Finalizando la respectiva velada del más maravilloso 24 de diciembre que pude vivir de niña, fui preparando mi nuevo bolso con todos mis regalos dentro, allí conocí esa sensación de encajar todas las piezas de un rompecabezas de gran tamaño, sin saber aún la figura que debía armar, ni dónde acababa la imagen propuesta, yo simplemente me deleitaba organizando el bolso en perfecto orden, libretas pequeñas con libretas pequeñas, medianas con medianas, y las más grandes alineadas, todas en el interior del cilindro-bolso, lápices con lápices y marcadores en degrade de colores a un lado; la estimulación de mi pequeño trastorno obsesivo compulsivo no tenía parangón, porque mi satisfacción no conocía los límites. Entre los pensamientos de mis preocupaciones infantiles, me dije a mi misma “estoy lista para salir, sea cual sea el lugar que visite desde ahora, sólo necesitaré llevar mi nuevo bolso, y si me aburro, siempre estaré lista para escribir”.

Como todos los 25 de diciembre de mi infancia, me preparé para salir con mecha (mi mamá, mi tía, y más que una definición de mamá o tía, la llamo mecha porque así le decía, y para fines de esta entrada: una persona muy importante), iríamos al parque de diversiones  como me lo había prometido; en ese momento la vida adquiría un nuevo significado para mí: el haber sido escuchada y recibir mis regalos favoritos. Ya mi casa no era solamente mi casa, el parque no sólo era el parque, las calles, avenidas, las camioneticas, ya habían dejado de ser solamente esos sitios, para adquirir una nueva dimensión, la dimensión de la alegría, porque estaba convencida de que todos los lugares en el mundo por el resto de mi vida, serían esa extensión de mi felicidad.

Una vez en el parque todo fue apropiado, recuerdo el algodón de azúcar, los tickets, y lo mucho que me divertí dando vueltas en el carrusel de la entrada, caballos, ponis y carruajes, alineados de forma estática en una circunferencia que da vueltas, y desde afuera los padres miran a sus niños, saludando con las manos, cada vez que la rueda en movimiento pasa por el lugar donde los montaron.

Al carrusel le siguieron las sillas voladoras, y por supuesto, los carritos chocones y la mini-autopista, desde donde manejaba un convertible muy parecido al max 5 de mis sueños, que subía y bajaba en el tráfico de los otros carros. Esa fue una tarde soñada, que finalizaba en el carrito de los perro calientes, y sólo fue hasta que la diversión y el paseo terminó, cuando me di cuenta de que había algo que se me olvidaba…. ¿dónde está mi bolso?


Recorro el camino de las imágenes en mi memoria como si fuera ayer ¡mi bolso!, dónde lo deje, lo traje conmigo, sí, lo tenía en los carritos chocones, no, creo que no, no lo sé, el pánico desatado en todos los recovecos de mi mente, el carrusel mamá, allí me volvió el recuerdo de cuando lo guindé en el asa para sostenerme del caballo donde me monté, salimos corriendo a buscarlo, al llegar al carrusel estaba en movimiento, los segundos esperando para mirar de nuevo el lugar donde me había sentado fueron interminables, el tiempo es eterno para quien espera, y yo sólo esperaba mirar hacía el caballo y encontrar mi bolso allí, donde lo había dejado guindado. Pero no, el final de la historia no fue ese. No estaba el bolso y nadie sabía nada al respecto. Me baje de dar vueltas sin sentido por la plataforma rotatoria del carrusel detenido, mecha sujetaba mi mano, y la otra se encontraba sin bolso, sin consuelo, y solamente hasta que volví a estar sobre el piso del parque, caí en cuenta de lo sucedido: lo había perdido.


III


Cuídala Mariana, me dijo a mí, no peleen, le dijo a mi hermana al salir. Lo que no me dijo fue que no regresaría, y que después de salir de la ducha ese día, mi vida no volvería a ser la misma.

A veces no sabemos cuanta importancia tienen los momentos que protagonizamos, sino hasta después de que ocurren. Aceptar el hecho de que mecha había muerto, fue una idea con la cual sólo pude lidiar muchos años después de esa tarde, cuando ocurrió; una tarde del mes de agosto, como pudo haber sido cualquier otra, cuando se suponía que comenzarían las vacaciones y ella saldría a la clínica para continuar su tratamiento, y nosotras pasaríamos el resto de ese día discutiendo por el horario del televisor con cable, con el tiempo ella sanaría y podríamos al fin volver a la playa juntas. La muerte vino a mi conciencia con la suya… (y yo no quería conocer la muerte contigo mamá). Ahora sé, porque lo he experimentado, que la madurez comienza a mostrar su corteza cuando cosas insignificantes que te molestaban, y por las cuales hasta te peleabas, vienen a ti nuevamente y eres capaz de darle su justo valor, no más, y esa tarde otro tipo de madurez llegaba a mi vida, una que yo no había pedido, pero había ocurrido: Mecha, mi mecha, había muerto sin esperarlo, y yo tendría que crecer para averiguar cómo me forjaría una vida sin ella y para aprender qué hace disolver de mi boca el amargo sabor de una despedida no pronunciada.


IV

Estoy a la víspera de recibir el año 2012, tengo amigos con quienes preparo la cena para esta noche, la cocina está frente a mí, y mientras el pollo está en el horno, yo estoy frente a mi documento de Word, y me pongo a pensar cuántas despedidas he protagonizado, en todos los adioses que he pronunciado, y a pesar de lo recurrente, esa palabra: adiós, se erige ante mí a veces como una muralla difícil de flanquear, y aún más difícil es cuando mi voz interior me dice, aunque no lo prefiera así, que no hay otro camino viable sino el de decir a-d-i-ó-s.

He reflexionado sobre las despedidas, y me pregunto si, quizá el dolor de decir adiós acude a la herida porque creemos que algo, un lugar, una persona, o un tiempo nos pertenece, y porque nos aferramos a la palabra siempre, a la costumbre, a lo conocido.


Yo he dicho adiós a personas, a etapas, a momentos, a una relación, a lo que nunca tuve, a cosas materiales que he perdido, como mi sweater favorito o ese bolso que nunca encontré, y también he perdido a un ser querido en manos de la muerte, he perdido un montón de ilusiones, y me he ido de lugares a los cuales creí pertenecer, y sólo ahora, desde la distancia, es cuando puedo comprender la verdad tras la frase: "ama y deja libre", yo incluiría ama, vive y deja libre; el apego a las cosas que se terminan genera dolor, el dolor a perder lo que es mio, es el mismo apego, y la creencia de poseer, lo que puede limitar mis oportunidades, el acostumbrarme a un espacio, a un momento, a una persona… estaba pensando en la diferencia entre querer tener y dejar ir, entre tener que decir adiós y decirlo, entre sufrir por la pérdida o encontrar consuelo en las posibilidades que se presentan al pasar la página, ante un nuevo espacio en blanco... la diferencia entre lamentar lo perdido y alegrarme por lo vivido. 


El amor se acaba, la gente muere, los compromisos se rompen, las expectativas no se cumplen, pero también los ciclos se cierran y el tiempo pasa. Las despedidas son dolorosas, porque al fin y al cabo somos humanos, y no vale la pena programarse para no apegarse, pero de la misma manera en que nos sentimos parte de algo, y nos duele dejarlo, el decir adiós libera porque nos abre las puertas a nuevos momentos, a nuevas personas, a nuevas experiencias, y entonces… ¿por qué no tomar lo bueno de lo que vivimos y lo mejor de lo qué viviremos?


Ahora yo he logrado juntar el dolor de mis pérdidas y observar cómo se transforma en arte, en un lugar de mi mente al que puedo volver para convertirlo en energía que me lleve a otros caminos, nuevos caminos, mejores caminos, y también en un lugar cerca de mi corazón donde guardo la lección de valorar lo que he encontrado y aprendido.



       Es necesario gastar para renovar, perder para ganar, decir adiós para liberar, y despedirnos  para recibir lo nuevo… eran veinte minutos para las doce, y quería comerme las doce uvas con tiempo, brindar con champaña, tomar la maleta, gritar feliz año, abrazar a todos, pedir los deseos, lentejas, agua, tradiciones,… y en su lugar, me deje llevar por la música y la alegría de la fiesta, comencé a bailar un merengue, y uno se transformo en otro, y en otro; las personas a mi alrededor se abrazaban, comían uvas, brindaban, salían a la calle cargados con maletas vacías, y yo sin darme cuenta, y sin tomar el tiempo, le di la bienvenida. Entre copas y abrazos compartí en la fiesta con el resto de los presentes, y en el patio de la casa, la altitud de la montaña era suficiente para sentir la cálida brisa de la buena compañía, y su vez, el fresco de la noche, y ya en mi propio espacio, me detuve a admirar el cielo de la naciente madrugada, por primera vez, sin obstáculos, sin edificios que cubrieran el espectáculo de los fuegos artificiales… Adiós 2011, Bienvenido 2012.


Y es inevitable que esta línea final de mi primera entrada del año, me lleve en mi imaginario a uno de los grandes, yo también ahora don Mario... comienzo a comprender las bienvenidas mejor que los adioses.

Después de un final se extiende un comienzo, y este nuevo año lo recibo cumpliendo mi sueño de escribir, y ahora cuento con libretas y además con la fortuna de vivir la era digital, con los discos duros portátiles para respaldar los archivos, y en lo que se pueda, hacer menos dolorosas las pérdidas de la información, en un cuaderno o un pen drive que se escapa.


¡Feliz año para todos!


Mariana



“Vuelvo/ quiero creer que estoy volviendo

con mi peor y mi mejor historia

conozco este camino de memoria

pero igual me sorprendo”



M. Benedetti