viernes, 9 de diciembre de 2011

Esperar : Esperanza (y un cuento de navidad)

-Mmm... ¿Qué hora es? ¿Ya van a ser las doce?... ¿Cuánto falta?...

-¡Cuántas preguntas Marian!, tienes que esperar, apenas son las diez.

-Tengo sueño, por qué esperar a que sean las doce para que llegue el niño Jesús, y para comer… ¡tan tarde!

-¡Porque el niño Jesús llega a Caracas a las doce en punto!, tiene muchas casas que visitar.

-mmm…-digo otra vez, ya sin consuelo.

Esa micro historia se repitió todos los años durante mi infancia, la espera del nacimiento del niño Jesús, y la espera también para poder cenar, para comer el festín navideño venezolano, rico en carbohidratos (por cierto, para cualquier extranjero ajeno al plato), y no muy recomendado como comida completa pasada la una de la madrugada.

Ocupados con los preparativos para la víspera de navidad, recuerdo que durante el día 24 de Diciembre en mi casa, no se hacía alguna otra comida formal sino la cena, es decir, cualquier cosa de desayuno y almuerzo, entendiendo cualquier cosa como una hallaca para el desayuno y, por supuesto calentar otra hallaca, recién salida de la nevera, para el almuerzo; de modo que todos esperábamos con ansias la cena de nochebuena, donde finalmente podríamos sentarnos a la mesa a compartir la velada -para ese momento ya yo sujetaría orgullosa mis regalos- y finalmente, sobrepasada la esperada hora, podríamos incluir algo más en el plato: si hallaca, pero esta vez, con algo de carne o ensalada.

Mi espera era diferente, siendo niña no me divertía mucho con la monotonía de arreglar la casa o preparar la mesa, no tenía responsabilidades, ni compras que hacer, y con el tiempo por delante, que largas se me hacían esas veinticuatro horas. La diferencia de esperar ese día en particular, que ya era de lejos, el más largo de todo el año, la marcaba una simple razón: ¡Quiero que sean las doce para recibir los regalos del niño Jesús! (¡Qué más da lo que sirvan los adultos para comer!... ya tendré tiempo para estar en desacuerdo y cambiar las horas de la cena en mi familia).

Los recuerdos se abren paso nuevamente hoy en mi memoria, como el olor que se desprende de su hoja de plátano, al escurrir una hallaca después de calentarla, sobre una olla con agua hirviendo. Ese sello venezolano en su punto de ebullición, que deleita a más de uno por el mes de diciembre de cada año. Recuerdo esa mezcla natural de olores en la cocina, el dulce de las pasas con lo salado de la aceituna sobre mi lengua; ver a mecha ocupada en la cocina entregada a su placer de cocinar el pan de jamón, su querido pan de jamón, recuerdo también lo que era pasar un día entero pensando si se cumplirían mis peticiones, si ese niño recién nacido sería tan detallista y tan poderoso para llegar a saber cuáles eran cada una de las cosas que le pedía por escrito, y los lugares exactos donde las podría encontrar.

Recuerdo enredarme entre preguntas sin una única respuesta, y perderme hasta rendirme entre dudas tan razonables, como por ejemplo: ¡cómo hace para llegar a todas las casas al mismo tiempo!, porque efectivamente al mismo tiempo llegaba, tan pronto yo confirmaba mis regalos, mis primos en sus casas, fuera de caracas, también recibían los suyos, y por esos días yo nada sabía del principio de incertidumbre, y era feliz sin saber las probabilidades reales de estar al mismo tiempo en dos lugares distintos.

-¡Son las doce!- Gritaban todos en casa. Eso significa en mi idioma: LOS REGALOS ESTÁN AQUÍ.

Salí corriendo a buscar debajo de mi cama. Me trajo lo que pedí, dije al fin, la espera se terminó y sentí alivio al confirmar que, aparentemente, el sistema de las cartas funciona -pensaba complacida con el cassette de betamax, titulado “LOS ÚLTIMOS HÉROES” del grupo Menudo, entre mis manos-. Esa es la magia de satisfacer un deseo. El concierto de mi grupo favorito era mío. Así los quería para que, de ese año, el único regalo que recuerde sea esa cinta de video.

Ni aún con el paso de los años he podido borrar esa imagen, ni los olores, ni los recuerdos de esas primeras navidades creyendo en un deseo. Así de fuerte perdura la sensación de una espera que ha valido la pena. Que bella foto esa la de los chicos de Menudo, cierro los ojos hoy y es suficiente para verlos bajando las dumas de los Médanos de Coro, con actitud de galanes-buenotes-sobraditos, y que guapo Sergio con su chaleco de cuero sobre su pecho sin camisa (bueno, esa última línea no es tanto así como un recuerdo, jajaja).

El tiempo siguió su curso, y llegó otro veinticuatro de diciembre, en el que mientras esperaba, compartía con unos niños de mi edificio sus fuegos artificiales, y allí fue cuando le escuché a una de mis primas decir: ¿Ustedes saben que el niño Jesús no existe…o no? Los regalos se los compran sus padres, sentenció.

-¡Ploos!- Se escuchó un ruido tremendo. Y el cielo se pintaba con luces amarillas, rosadas, rojas, que se abrían paso en medio de la noche, como los pétalos de una flor que se deshoja poco a poco, hasta terminar en un tímido resplandor blanco que cae desde lo más alto del cielo. Pétalo a pétalo como una ilusión.

-¡Qué es esoo!, ique quién dice- Dijo alguien más. Yo no pude hablar, quería perder mi mirada en la profundidad del cielo y alcanzar las manecillas del reloj del tiempo del mundo y devolverlo al momento justo antes de escuchar esa frase.

Si, repitió. No fue suficiente decirlo una vez, lo volvía a decir. Y ahora que escribo estas líneas recuerdo también que lo decía orgullosa. Como si fuera verdad que al crecer e ir dejando de ser niña, hay personas que se llenan de armas y creen tener el poder para quebrar las ilusiones de los demás, niños o no, de todos aquellos que todavía sueñan.

Lo del reloj no funciono, no existía algo así como un reloj superior que pudiera controlar el tiempo en la vida de todos (al menos no lo encontré por esas fechas). Lo cierto es que al llegar de nuevo al apartamento, mi prima me llevo hasta el armario donde sabía que su padre había guardado sus juguetes. No podía creer lo que veía (no quería creerlo), pero mientras tanto allí en ese cuarto yo todavía buscaba algunas justificaciones, esto tiene que ser un error, pueden ser otros regalos.

Lo amargo y lo dulce de un sabor, hasta ese momento, desconocido para mí se mezclaban en mi garganta. La espera no podía ser peor esta vez, que importa la cena, lo repetido de la hallaca. Yo quiero cenar con mi ilusión intacta ¡Que me la devuelvan! Nadie me preguntó si quería saberlo, ella sin más ni más lo soltó a los oídos de todos nosotros, los otros niños que no sabíamos, indolente.

-Llegaron los regalos Marian, corre al cuarto- dijo mecha.

Fui por los míos, y al acercarme a su cuarto me detuve a ver desde la puerta, no quería dar un paso más hacia adelante, desde allí la realidad, tal cual un gas asfixiante, ocupaba todo el espacio alrededor, y yo no quería entrar para ver a mi prima destapar sus regalos. Si esos mismos, los del armario, con el mismo papel del envoltorio que había visto, los mismos motivos. Todo era igual. No podía ser un error, era la verdad.

Después de un golpe como ese, hay que definir la navidad nuevamente. Es nuestro deber como adultos. Tiene que cobrar sentido para cada uno dentro de nosotros, en el interior de lo más profundo de nuestros corazones, tiene que ser una definición nuestra, sólida y duradera… que se mantenga por el bien de la humanidad. Por mi parte, yo jamás menciono esa verdad delante de los niños. Voy por la vida preguntando a todo niño católico qué le pidió al niño Jesús, y aún me emociono al ver las cartas en las casas, junto a los arbolitos o a los pesebres. El papel dobladito con las letras que no se entienden, con las vocales recién aprendidas, o con las listas más elaboradas, todo eso junto para pedir el nuevo juguete de la temporada. No se trata del regalo, ni del costo. Sino de la ilusión que se guarda en un papel a la espera de ser cumplida. Del día que se comienza esperando a que se termine, de la espera a que llegue esa hora en particular y así dar fin a la tensión, y que después de ese día estemos confiados en que el ciclo vuelve a empezar. Se trata de los envoltorios que se rompen a todo gusto para develar el misterio y saber si nuestros deseos fueron escuchados. En este caso por otro ser, que también es niño, y viene a ayudarnos hasta que seamos capaces de cumplir nuestros sueños y anhelos por nosotros mismos.

Yo definí mi navidad, hoy ya con veintinueve años, y algunas pruebas del tipo ensayo y error, aprovecho ese día para hacer cosas que me gustan, y llenarlo de momentos inolvidables. Sé que me gusta ir un rato a la playa, a contemplar ese paisaje, quizás será que intento descubrir si existe alguna conexión entre lo mágico y la inmensidad de ese vaivén del mar, con la importancia de alimentar nuestras ilusiones, que las imagino como las olas en esa gran masa de agua, que se nutren de otras olas, y se forman, se elevan, se rompen... y seguirán vivas, mientras exista una ola que se vuelva a formar. Descubrí que es un placer para mí quedarme sentada a mirar el mar, así que... por qué no tomarme un día especial para ello, además así me alejo de los centros comerciales y del tráfico de la ciudad.

No tengo idea la etimología y me salto esa formalidad de la lengua, pero para mi es clara la relación de la palabra esperar con la esperanza, por el significado que le imprime a mi historia, y a mi vida. Hoy no dejo de lado la tradición a la hora de comer, aunque trato de balancear la ingesta calórica, desayuno pan de jamón, almuerzo hallaca y de cena puede ser alguna ensalada… si es cierto, ya no tengo nueve años, pero sí que los recuerdo.

Y a encender esos fuegos artificiales, para que se unan a la celebración de la vida ¡con precaución!

Mariana

(Especialmente a Mecha, quien por estas fechas y siempre, ilumina todos mis recuerdos)

2 comentarios:

  1. Había escrito algo muy lindo y el bicho este lo borró (probablemente mi equivocación). Esta es la razón por la cual tantos adultos nos empeñamos en mantener las tradiciones, creamos en ellas o no. Sólo ver la felicidad de un niño es suficiente aliciente. La llegada de los regalos por el niño Jesús, Papá Noel o Santa son recuerdos imborrables. Gracias Mariana por compartir los tuyos y traer los míos de vuelta.
    EU

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  2. Belleza poética: "Y el cielo se pintaba con luces amarillas, rosadas, rojas, que se abrían paso en medio de la noche, como los pétalos de una flor que se deshoja poco a poco, hasta terminar en un tímido resplandor blanco que cae desde lo más alto del cielo. Pétalo a pétalo como una ilusión." Algo interesante: aquello del Niño Jesús cuántico.

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